Aunque las falsas dicotomías que llevaron a la decadencia están vigentes, hoy se ven señales de un aprendizaje colectivo que podrían abrir una nueva instancia para el futuro del país
Por Daniel Gustavo Montamat | Para LA NACION
El péndulo va y viene en la Argentina política porque seguimos planteando la “o” disyuntiva entre democracia y república, entre Estado y mercado, entre honestidad y eficacia. Con más de 30 años de ejercicio democrático, hay algunos signos esperanzadores de aprendizaje colectivo, pero todavía hay desafíos institucionales pendientes para superar los barquinazos a los que nos somete esta patología social.
En La historia del cristianismo, el cubano Justo L. González hace un interesante análisis de las disyuntivas prejuiciosas que retroalimentaron una de las crisis políticas, sociales y económicas más traumáticas de la historia europea. La economía europea, que se venía expandiendo con fuerza en el siglo XIII, se estancó a principios del siglo XIV y, a mediados de ese siglo, empezó a declinar rápidamente. La inestabilidad política, el fin de las cruzadas y la decadencia de la agricultura aparecieron como emergentes responsables, pero la causa principal del problema, según este historiador, fue la epidemia de peste bubónica que azotó repetidamente a Europa occidental a partir de 1347. ¿Cuál fue la razón de que esa epidemia se repitiera una y otra vez en aquella sociedad? Según él, los prejuicios fundados en falsas dicotomías.
Hoy la ciencia nos hace saber que la peste bubónica se propaga principalmente por pulgas, que tras picar a ratas infectadas, se la transmiten a un ser humano. En aquella época, la peste barrió el continente europeo en tres años, y se estima que la tercera parte de la población de Europa murió. Tras esa terrible mortandad, la epidemia amainó, pero volvió a repetirse con distinta virulencia cada diez o 12 años. Las dos razones fundamentales de su propagación y recurrente retorno fueron: el prejuicio generado por la conjunción disyuntiva “enfermedad o religión”, y el prejuicio incubado por la disyunción excluyente “judíos o salud”. Como consecuencia del primero se persiguió a muchas mujeres asociadas a prácticas esotéricas a las que se estigmatizó como “brujas”, enemigas de la religión, y, por lo tanto, incubadoras de la peste. En la persecución de las brujas también mataron a los gatos, considerados sus mascotas. Diezmada la población de gatos, aumentó la población de ratas y con ello la propagación de la enfermedad. A su vez, como entre la minoría judía, la enfermedad era menos frecuente, la otra dicotomía falsa llevó a responsabilizar a esa colectividad de envenenar los pozos de agua donde bebían los cristianos. En represalia, también hubo terribles matanzas y menos pozos de agua salubre. Ni las brujas ni los gatos ni los miembros de una minoría étnica tenían nada que ver con la enfermedad; peor, su persecución fue causa de prolongación y recidiva de la peste. Cuando, por fin, las medidas sanitarias e higiénicas comenzaron a mostrar sus efectos, se empezó a comprender que la piedad no excluía la enfermedad y que las prácticas de ciertas colectividades prevenían la propagación de endemias. Empezaban a destellar las luces del Renacimiento.
Mutatis mutandis, nuestras disyuntivas prejuiciosas también fundamentan diagnósticos equivocados, creando enemigos falsos, alimentando desencuentros y prolongando a través de décadas ciclos de “ilusión y desencanto” que profundizan nuestra declinación relativa en el concierto de las naciones.
Nuestra Constitución es terminante respecto de la conjunción democracia y república, pero nuestra institucionalidad real sigue planteando la conjunción disyuntiva democracia o república (en la que abreva “patria o buitres”). En esta concepción, la democracia es “popular”, la república es “elitista”. Una es producto del pueblo, la otra es un artificio del liberalismo. Una responde a la ley de las mayorías, la otra se subordina a la protección de las minorías. La democracia puede consolidar gobiernos fuertes, la república siempre convalida gobiernos débiles. Cuando el ciclo autoritario o de democracia plebiscitaria y “delegativa” sucumbe en una nueva crisis económica y social, el péndulo se desplaza a la valoración de las instituciones republicanas, pero cuando entra a funcionar la república y siguen los problemas, otra vez el barquinazo a la búsqueda del caudillo que exprese la democracia “popular”. Se reincide en los problemas, porque no terminamos de entender sus causas. Si queremos un gobierno de la ley, un Estado de Derecho, con equilibrio de poderes, con Justicia independiente, con controles y alternancia en el poder, no tenemos opciones: la única opción es la democracia republicana. La otra, la democracia del populismo, no es republicana ni lo quiere ser. La disyunción no es república o democracia; es populismo o república.
¿Cuántas veces hemos discutido el rol del Estado en la economía desde posturas excluyentes? Desde el fundamentalismo del mercado, que confunde Estado gendarme con Estado ausente, retacea la provisión de bienes públicos y asume el “derrame” como nivelador social. Desde el estatismo, confiando en un hegemón omnipresente que organiza la producción y el reparto con las corporaciones e interviene discrecionalmente la operación de los mercados. Como consecuencia, nuestra economía viene operando como un socialismo sin plan y un capitalismo sin mercado. La disyuntiva nos ha llevado a sumar a los fallos del mercado, los fallos del Gobierno. Hemos pasado de las explosiones cambiarias neoliberales, a las explosiones cambiarias estatistas sin solución de continuidad. En el camino, destruimos varios signos monetarios y repetimos cesaciones de pagos con acreedores nacionales y extranjeros que son siempre “los culpables” de nuestro endeudamiento. ¿Entenderemos, de una vez por todas, que en el proceso de desarrollo, Estado y mercado se complementan en la asignación de recursos escasos para generar una torta más grande y lograr un reparto inclusivo?
La filosofía del “Viejo Vizcacha” y del “Cambalache” ha arraigado en muchos la convicción de que honestidad y eficacia son irreconciliables en nuestra realidad. Que si no roban, no hacen; que “roban, pero hacen”. Que la honestidad en la cosa pública es paralizante, en tanto la corrupción, a la vez que audaz, es facilitadora. La disyuntiva ha disparado los niveles de corrupción pública y privada en relación con otros países de la propia región y ha institucionalizado el culto al “atajo”. Si el camino corto, aunque vedado, está habilitado por la práctica, ¿por qué evitarlo? Por eso, cuando hay vacas gordas, la corrupción deja de figurar en las encuestas y reaparece como prioridad cuando vienen las vacas flacas. Douglas North advierte sobre la importancia relativa de los usos y costumbres arraigados en la sociedad, al margen de las leyes, y su rol fundamental en la trama institucional que rige la confianza, los costos de transacción y la multiplicación de los negocios. El divorcio entre la ley y la práctica disuade transacciones, aumenta costos y condena al subdesarrollo económico y social. El reencuentro de la Argentina con gestiones eficaces y honestas no es sólo un imperativo moral, es un condicionante del desarrollo.
Hay algunas señales de aprendizaje colectivo. La sociedad reaccionó masivamente cuando vislumbró que el “vamos por todo” podía derivar en una reforma constitucional que consagrara la perpetuidad de un poder autoritario. La Justicia puso límites cuando entendió que la “democratización” era un eufemismo para politizarla definitivamente. La adaptación a la ley de medios no silenció a la prensa independiente. La elección pasada abrió el debate de la sucesión presidencial en 2015 y los candidatos, en general, empiezan a rescatar el diálogo y a firmar documentos habilitantes de políticas de Estado, como el que ha propiciado el grupo de ocho ex secretarios de Energía. Fallos judiciales empiezan a demostrar que el poder no es impunidad. Empresariado y dirigencia gremial comienzan a converger en políticas de largo plazo con énfasis en la institucionalidad republicana y en la interacción Estado y mercado. En 2015 los argentinos elegiremos un nuevo gobierno; se abrirá una nueva instancia para superar las disyuntivas que han frustrado nuestro destino posible.