Hay candidatos que aprovechan el hartazgo social para presentarse como la renovación por un mero dato generacional y bajo la guía exclusiva de las encuestas, cuando el verdadero cambio pasa por otros valores
Por Daniel Gustavo Montamat | Para LA NACION
El hartazgo social con la realidad de cada día y la inveterada inclinación de la dirigencia al reduccionismo han transformado en un lugar común la promoción de candidatos en nombre de la “nueva política”. Otra vez, en lógica binaria y moralina maniquea, si lo viejo es falso y malo, si fracasó y no sirve, lo nuevo, por contraste, debe ser verdadero y bueno, y, además, garantizar el éxito. La Argentina necesita renovar la política, pero no para reciclar falsas dicotomías, sino para articular un conjunto de acuerdos básicos que expresen un proyecto de futuro en común.
Cuenta Plutarco en Vidas paralelas que el padre de Temístocles, para apartar a su hijo de los asuntos públicos, le mostró las galeras maltratadas y abandonadas a la orilla del mar, a fin de que entendiera que del mismo modo se porta el pueblo con los hombres públicos cuando ya no son de provecho. El personaje ateniense subestimó la lección y se dedicó a los negocios públicos en busca de gloria. Conoció el poder como héroe de los atenienses combatiendo contra los persas. Pero en el ocaso de su carrera en Atenas, condenado al destierro, quiso prolongar su influencia y saciar su sed de venganza y poder pasando a servir a sus antiguos enemigos. Terminó quitándose la vida.
Es cierto que la política necesita nuevos liderazgos y que muchas estructuras partidarias fosilizadas impiden la renovación de los cuadros y el ascenso de otras figuras. También es cierto que muchas personalidades desgastadas no se resignan a su ocaso, y que en lugar de dar un paso al costado a tiempo, como Temístocles, prefieren la vigencia sacrificando trayectoria y principios. Pero deducir que la nueva política se reduce a una cuestión generacional es una simplificación sofística que arrastra prejuicios de exclusión y desencuentro. Hay políticos “viejos” exponentes de prácticas y corruptelas que deben ser erradicadas, y hay políticos “jóvenes” que expresan lo peor de la vieja política. Hay políticos “viejos” con ideas nuevas o renovadas, y políticos “jóvenes” que defienden ideas perimidas. Pero también hay políticos viejos y jóvenes con trayectorias avaladas por la coherencia, la decencia y la acción responsable. Esa confluencia generacional en la que se valora la experiencia, y a la vez se reconoce la fuerza de la renovación, tiene que ser catalizadora de los encuentros que demanda la nueva política.
Esa nueva política requiere que el país recupere su capacidad de transacción entre las urgencias del hoy y las demandas de un futuro que se nos vino encima. Jóvenes y adultos tenemos el desafío común de elaborar un proyecto de futuro relevante para nosotros y para las generaciones que vienen. Hay un compromiso intergeneracional que afecta las políticas públicas y que involucra temas tan relevantes como la seguridad social, el medio ambiente, el endeudamiento público, la calidad educativa, la tecnología y la innovación y la inserción estratégica en el orden mundial. La vieja política está enferma de cortoplacismo. La nueva política debe tener una agenda intergeneracional.
Los falsificadores de la nueva política también dividen aguas entre ideología y gestión. La vieja política queda asociada al fracaso de administraciones que, bajo esta óptica, resignaron la gestión en aras de la ideología. Lo nuevo, por el contrario, queda asociado a una gestión aséptica de ideas que se ocupa de solucionar los problemas cotidianos de la gente. Pero el divorcio entre ideología y gestión, lejos de representar nuevos retos, puede reencarnar el pragmatismo amoral del viejo refrán: “Roban, pero hacen”. Toda gestión necesita un rumbo que está condicionado por ideas, metas, planes y valores que deben traducir un proyecto. Hay ideas que han fracasado y rumbos equivocados, pero también hay gestiones estériles que carecen de rumbo. En el barco de la metáfora de Séneca, podía haber marineros buenos y gestión eficaz en la nave, pero “nunca soplaban vientos favorables porque el barco no tenía rumbo”. Gestión sin rumbo, y rumbo sin gestión, reciclan la declinación y el fracaso. Son las ideas y los valores los que deben fijar el Norte de una gestión eficaz. La opción entre democracia republicana o democracia populista-delegativa confronta ideas y marca rumbos diferentes que van a condicionar la gestión de cada día. Una asume la alternancia en el gobierno, con mayorías y minorías circunstanciales; la otra busca la continuidad de un gobierno con mayorías hegemónicas.
La “nueva política” como gestión desideologizada también es excluyente. Si el proyecto es la república, el desarrollo económico y el progreso social, la renovación de la política debe construir acuerdos básicos en torno a ese núcleo de ideas y valores fundamentales. A su vez, para que ese proyecto sea inclusivo, tenga continuidad en el tiempo y sume voluntades, hay que dotarlo de una gestión que exhiba resultados. La nueva política implica convergencia de las ideas que traducen un proyecto y acciones con resultados concretos en la calidad de vida de los argentinos.
La nueva política respeta a “doña Rosa y a don José”. No los banaliza ni los transforma en electores de un nuevo relato que busca enfrentar al “pueblo” con la dirigencia. La “modernidad líquida” ha transformado las encuestas de opinión en una suerte de catecismo de la religión posmoderna. El culto a las sensaciones, por efímeras que sean, obliga al monitoreo constante de los cambios de humores. El registro de esos cambios de humores es útil para el diagnóstico y el análisis social de tendencias, pero no puede erigirse en un programa iterativo ad hoc de los que pretenden liderazgo político. Sin embargo, en nombre de la “nueva política” proliferan los que hacen seguidismo de encuestas para decirle siempre a “doña Rosa” lo que quiere oír, como hacían los falsos profetas en el Antiguo Testamento. Es cierto, la competencia por el voto lleva a disociar hasta cierto punto lo que se piensa de lo que se dice y lo que se hace. El problema viene cuando lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace abreva en los humores cambiantes de “doña Rosa y don José”. Estos ciudadanos padecen la inflación y demandan políticas públicas para combatirla, pero su opinión lega respecto a las causas y a las herramientas para eliminar la inflación no puede transformarse en un programa de gobierno por defecto. Lo mismo con la inseguridad, la lucha contra el tráfico de drogas o la lucha contra la corrupción. Mucha oferta política que alardea de estar al lado de “doña Rosa” para auscultar sus preocupaciones no tiene la menor idea de cómo resolver sus problemas. Es otra versión de la variante maniquea para enfrentar al hombre común que expresa al “pueblo”, en este caso con el dirigente, estereotipo del “antipueblo”.
En realidad, muchos que especulan con ubicarse al lado de “doña Rosa” están un paso atrás. La nueva política se expresa en liderazgos que, conocedores de los problemas de los argentinos, se ubican un paso adelante en el planteo del diagnóstico y de las soluciones. A veces, diciendo lo que no se quiere escuchar, como lo hicieron en su tiempo muchos estadistas.
La vieja política y la falsificación de la nueva tienen sus cimientos en la fragua de categorías excluyentes. La nueva política vuelve a los fundamentos del pluralismo y la razón crítica. Construye sobre el diálogo y los consensos porque persigue un proyecto inclusivo para la Argentina del siglo XXI.