Las lecciones económicas de Mefistófeles

Por Daniel Montamat, economista

La Presidente ha expresado que “nadie le puede dar lecciones de economía”. Pero si ha leído el Fausto de Göethe debe recordar muchas similitudes de su política económica con aquella que promovió el diablo ante el emperador alemán en el siglo XIX.

El emperador estaba asediado por la falta de financiamiento, los acreedores le exigían el pago de las deudas, y ya no había vino en la bodega real para hacer más fiesta. Mefistófeles le propone al emperador una forma de sortear sus agobios financieros, imprimir papel moneda: la hoja caída del cielo. Con Fausto disfrazado de Plutón, el dios de la riqueza, y a través de conjuros mágicos, convencen al soberano de firmar un billete que dice “A quien corresponda: conocido de todos los presentes sea que esta nota es moneda de curso legal equivalente a mil coronas y está garantizada por las inmensas reservas de riqueza celosamente guardadas bajo tierra en nuestros Estados Imperiales”. A la mañana siguiente el emperador había olvidado que firmó el billete, y sus consejeros habían confeccionado miles de copia con distintos valores que distribuyeron para alegría de acreedores, deudores, soldados y ciudadanos en general. Como el soberano sabía que aquello de que las reservas de riqueza guardadas era puro humo, preguntó a sus maestros de economía: “¿Y el pueblo valorará igual estos títulos que el oro honesto?”. Cuando se convenció que todos lo aceptaban y que podía dar nuevas fiestas reproduciendo papel pintado con su firma, nunca terminó de entender que la moneda fiduciaria emitida tiene que tener alguna relación con las riquezas que mueve la economía real del Estado emisor. El emperador tenía un mandato vitalicio, por eso afrontó una sublevación cuando al cabo de un tiempo se acabó la magia y recrudecieron los serios problemas económicos en el reino. Mefistófeles le cuenta a Fausto que el emperador está de nuevo en problemas porque “cuando nosotros le pusimos en sus manos una falsa riqueza, para él todo el mundo estaba en venta”. Göethe escribió la segunda parte del Fausto en 1831.

Hace cuatro años que la economía argentina está estancada y hace 6 años que arrastra déficit fiscales crecientes. En 2014 el déficit fiscal (no incluye el cuasi fiscal del Banco Central) subió al 4.7% del PIB, el peor resultado de los últimos 22 años; y este año el déficit va a trepar al 6% del producto. La emisión para financiar el déficit no ha parado de crecer en todos estos años y el impacto inflacionario sólo se ha atenuado un poco retrasando el tipo de cambio. Pero el Gobierno se ufana del estancamiento inflacionario actual como si fuera un éxito, e instala el relato de la continuidad como si las distorsiones acumuladas en su administración pudieran perpetuarse sine die. Parte de la sociedad, rehén del presente, quiere creerle.

Cuando el año pasado se dejó vencer el plazo para arreglar con los holdouts invocando el tecnicismo de la cláusula RUFO, escribí: “¿Habrá un Plan B como sugiere de nuevo el análisis racional? ¿Se regularizará el año próximo la situación con los buitres del presente pensando otra vez en el acceso al mercado de capitales? Temo que no hay Plan B como tampoco hubo Plan A. Hay improvisaciones sobre la marcha en función de los datos que aporta el presente. Y está firme la voluntad de aferrarse a un poder que se erosiona y que sigue resistiendo la sucesión (EC 8/10/14). El rodrigazo en cámara lenta que insinuó la devaluación de febrero del 2014 se transformó este año en un PT2 (plan tablita dos) porque aparecieron algunos dólares (caros) para simular una recuperación de las reservas y morigerar la inflación (retrasando más el dólar oficial), a cambio de habilitar una nueva bicicleta financiera entre los depósitos en pesos y el dólar paralelo. Pero como los súbditos de hoy saben que las reservas líquidas se parecen a aquellas escondidas del relato del Fausto, apuestan todos al corto plazo. En Mayo, el 60,3% de los 482.153 millones de pesos depositados en el sistema financiero estaban colocados a menos de 59 días. Cae la inversión, no hay creación de riqueza y empleo, y se monetiza el déficit público. Mefistófeles habría recomendado: que le explote y lo arregle el que viene.